Era noche de frío polar y bien es sabido que las iglesias del frío tampoco resguardan, pero esperábamos que el calor de un buen directo nos hiciera olvidar las tiritonas. La puerta ya anunciaba malas nuevas y el sagrado recinto exhortaba la prohibición del consumo de bebidas y la existencia de un solo baño para las alrededor de 400 personas que allí nos íbamos a dar cita. Como el templo era protestante, tuve la tentación de protestar, pero me contuve y me porté como un buen feligrés.
La verdad es que la localización era preciosa y, salvo los amplis y los instrumentos que ocupaban el lugar del altar, todo estaba dispuesto para impartir misa; crucifijos, confesionarios, vidrieras, bancos de madera, columnas y techos altísimos y, por supuesto, el frío marmóreo de suelo y cuerpo nos recordarían todo el tiempo que aquello no era una sala de conciertos sino de rezo… Oremos pues.
Antes de Andrew (llegamos a mitad) un trío de pop clásico nos sorprendió por lo precioso de sus melodías. Teclado, batería (escobillas en lugar de baquetas), acústica y bajo, fue la alineación de una banda tímida pero con clase, que liderada por voz femenina -recordó a The Corrs en su timbre- regaló las primeras sonrisas y merecida ovación. Goldfrap o Autour de Lucie, por citar algunos nombres conocidos que se nos vinieron a la mente. Dear Reader se llaman y el nombre lo recuerdo porque tuvieron a bien regalar su compacto; así que os lo copio y seguimos.
Para cuando salió Andrew ya todos estábamos ubicados y expectantes. Bufanda y pelo desaliñado, a su disposición únicamente habían dos micros, un violín, guitarra eléctrica y, en el suelo, algunos pedales. De banda de acompañamiento, ni rastro.
Ya de primeras quiso reivindicar su apellido y a la facilidad y habilidad del silbido fue añadiendo melodías clásicas de violín que el mismo se iba grabando. Son sin duda, su pico y su violín, los instrumentos donde es un maestro, un prodigioso; y con ellos llevó el peso de una actuación que comenzó, torero, descalzándose… Así luego, controlaría el volumen de amplis y pedales con los dedos de los pies; un efectismo con algo de pose, pero que gustó al respetable.
Poco a poco, entre canción y canción, fue quebrando sus timidez para ganarse a un público con aspecto de cultureta que en realidad, ya antes de comenzar, tenía encandilado. Y como era un
Un deleite para los oídos que si tuvo peros (los tuvo), fueron la excesiva mansedumbre para aquellos que como yo tiene más adaptados los sentidos al pop y al rock que a la música de cámara y un bis que, tras hora y diez minutos de actuación y con la iglesia puesta en pie, nunca llegó.
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