domingo, 23 de noviembre de 2008

The Black Keys. Bombas de blues y rock sobre Brixton Academy

Voy a ser sincero. Mi primera opción no era ver a The Black Keys sino a My Morning Jacket, pero la cancelación de la gira europea de mis predilectos no mermó mi ansia de música en directo y mi curiosidad por conocer la Brixton Academy y, sobre todo, como sonarían esos dos tipos que bajo el nombre de “Las llaves negras” parece ser (yo nos los conocía mucho) que la liaban cosa fina sobre el escenario.
Ya desde que bajamos en Brixton, los reventas (omnipresentes en todo concierto londinense. Nunca se preocupen si se han quedado sin entrada: siempre habrá fácil oportunidad de hacerse con una el día del concierto) y los modernos con lata de cerveza tamaño pinta en mano, nos indicaron el camino hacia la sala. Llamativa e imponente por fuera (pinta de teatro, otra vez), por dentro se mostró amplia (unas 2 mil personas) y empinada (el suelo está en pendiente y esta es pronunciada, la verdad. De hecho hay, como en las gradas futboleras, vallas anti-avalancha). Decoración extraña y amplio escenario, a Mina le recordó a un inmenso portal de Belén…y el ejemplo no era malo.

Y era cierto, los de Ohio son solo dos: Dan Auerbach (barba, guitarra y voz) y Patrick Carney (desgarbado, delgado y batería); eso sí, el volumen que reproducen es equivalente al de un bombardeo aéreo (perdónenme el símil, estuve ayer en el Imperial War Museum). Con amplificadores y altavoces a todo volumen -a veces eran dolientes- se desarrolló una actuación enmarañada, por complicada, en la que fue difícil reconocer donde acababa una canción y comenzaba otra; al menos para mi; parece que no para el enfervorecido contingente de jóvenes trendies que ocupaban las primeras filas.
www.myspace.com/theblackkeys

De la deconstrucción lo-fi del blues, el rock, el al-country y hasta el metal, se sirvió un directo que impactó, y mucho, porque uno pocas veces había visto algo tan visceral y sudoroso sobre el escenario. Una puesta en escena que se posicionaría entre la rocosa elegancia de White Stripes y el la desgarradora presencia de ZZ Top (Con barba y todo).

Una actuación que se conformó de extensas canciones -en varias ocasiones superaban los 7 minutos-, donde frenazos, acelerones y solos instrumentales se plegaban al servicio de la versatilidad y variabilidad de registros de Auerbach con la guitarra y la potencia (se cargó como 6 baquetas) y habilidad de Carney a la batería. En definitiva, poco más de hora y media de ejercicios físico-sonoros de alto potencial en la que se aniquiló (a sabiendas) la melodía y la repetición del pop. Impactante, gozable… pero a veces cargante. Tal vez si hubiera estado My Morning Jacket…
PD_Antes, sólo llegamos a un par de temas del grupo que abrió la velada pero nos gusto mucho lo que vimos. Se llamaba The Liam Finn y se trataba de un rock experimental divertido, loco y pegadizo. El mismo artista tocaba la guitarra (se la grababa con un pedal) y la batería en una misma canción… Habrá que seguirlo:


jueves, 13 de noviembre de 2008

Fleet Foxes. Artificios vocales

Era una noche especial por muchos motivos. Ahí afuera, en las calles de la Pérfida Albión, a los londinenses les daba por disparar fuegos artificiales para celebrar que el 5 de noviembre de 1605 un tal Guy Fawkes (Bonfire Night) no había conseguido saltar por los aires el Parlamento inglés. De todos modos, nosotros estábamos a cubierto de los pertados y el frío en el Shepherds Bush Empire, sin duda alguna, un teatro de aforo, sonido y decoración victoriana (incluido un coño en el techo), perfectos.


Aun así, el corazón y la cabeza de todos se encontraban a miles de kilómetros de allí, en EEUU; donde la gente también se echaba a las plazas y a los bulevares gritando la victoria de Obama y -lo que es más importane- el fin de Bush Jr. Pero nosotros teníamos nuestro cacho de Norteamérica para celebrarlo como más nos gusta, en concierto. Concretamente un trozo de Seattle que bajo el nombre de Fleet Foxes, y con un solo disco, ha emocionado, como Barack, a más de uno. Un disco que aquí, en el Reino Unido, ha vuelto loco a medios y público. Preparense, pues, a verlo en el cartel de los festivales de relevancia.

Y cierto es que hubo menciones a las elecciones durante el concierto (“Pueden imaginar si McCain y Palin hubieran ganado? sería como una película de terror”, dijo Robin Pecknold, forntman, en un momento de la actuación), pero al final la música pudo con todo.

Antes, y esto no suele pasar, el batería del grupo, Josh Tillman, hizo de telonero; pero esta vez había cambiado las baquetas por una guitarra acústica y, recordando a Nick Drake, deshojó algunas agradables canciones. No pasaron de agradables porque era imposible escucharlas con nitidez ya que el publico inglés también suele ser muy maleducado ante los teloneros acústicos (mira, como en Valencia).

El comienzo del repertorio de Fleet Foxes fue de lo más emocionante, recordable. Unicamente jugando con sus voces más de 1 minuto, los cinco miembros del grupo dieron paso a los instrumentos para presentarnos “White Winter Hymnal”…piel de gallina cuando entraron las guitarras y esa percusión con eco. Parecido juego de emociones nos regalaron con “Sun it Rises”.

Y es que si bien las guitarras y el teclado son importantes en la banda, sin duda que las estratagemas corales son el alma mater del grupo. Así lo hizo ver el propio Robin Pecknold interpretando a solas con su guitarra, su imponente barba y brutal voz, temas como “Oliver James” o “Tiger mountain peasant song”.
En definitiva, una amable cobinación de cantos mediavales, country y pop (“He soesn’t know why” podria ser de Beach Boys) que en directo tiene momentos de máxima realización y expansión pulmomar como “Ragged Wood”, “Your Protector” o “Blue Ridge Mountains”.

Tal vez el concierto funcionó porque fue corto y sólo tienen un disco; tal vez a ese disco (que a veces se hace un poco espeso en sus escucha) gane mucho en directo; tal vez el álbum haya tenido mas transcendencia de la que merece –yo antes me quedo con coetáneos de su sonido como Band Of Horses-. Sólo tal vez; lo veremos.

Lo que sí es cierto, es que esa noche había fuegos artificiales en cielo cuando salí de la sala y los motivos de celebración eran muchos.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Mogwai. Un vuelo agotador

Hablar de un concierto de Mogwai es hablar de sensaciones astrales, de latidos al borde de la arrítmia, de percepciones extraterrestres, de procesos mentales… Tal vez por ello sea tan difícil escribir sobre ello y, sin embargo, tan sencillo engancharse a la droga que despiden sus malditas e incomprensibles composiciones.

Había tenido la oportunidad de verlos anteriormente dos veces en España (FRA 2005 y Summercase 2008), pero siempre en espacios abiertos y nunca con la concentración y sobriedad que merecen. El Hammersmith Apollo de Londres era el lugar idóneo y la presentación de su último disco, The Howk is Howling, la ocasión pintada y calva (como el bestia de Stuart Braithwaite).
El impresionante teatro londinense hasta los topes, se mascaba que allí iba a suceder algo gordo. Largas colas para mear la cerveza que no dejaba de consumirse mientras, en los prolegómenos, unos más que interesantes Errors se deshacían sin problemas de las adversidades del telonero. Se diría que son sobrinos de los propios Mogwai ya que provienen de la misma ciudad, Glasgow, y gustan de transportar al personal a otros mundos a base de indie instrumental. Pero claro, son más jovenzuelos y a las guitarras han añadido un componente de dance electrónico muy pegadizo.
www.myspace.com/weareerrors

Para cuando se plantaron en el escenario las estrellas de la noche, ya no había colas que valieran, la expectación era máxima. Cuatro monitores de gran tamaño para los músicos avisaron de que aquello iba a ser atronador. Primeros baquetazos de Martin Bulloch directos al corazón (que él tiene muy delicado, por cierto; lleva marcapasos) y, ahora sí, los amplificadores por las nubes.

En seguida llegó “Friend Of The Night” (Mr. Beast) y aquello ya se había convertido en una trampa vital que invitaba a la masturbación del sentido del oído. La vista también era regalada con imágenes alucinadas, rayos de colores y efectos estroboscópicos que ayudaban a la hipnosis sonora.

Riffs pegadizos, el bajo eléctrico y potente hasta extremos metaleros y pedales evocadores de espirales ruidosas dignas, por volumen y complicación, de My Bloody Valentine se amotinaron sobre el aire del inmenso teatro británico. Tan sensible y frágil al comenzar, como atronador y molesto al finalizar.

En un concierto donde la mayoría de los temas pertenecieron a The Hawk is Hawking (“I Love You, I'm Going To Blow Up Your School“, “Bacat“, “Scotland's Shame” o “I'm Jim Morrison, I'm Dead”), también hubo cabida para los que, hasta el momento, siguen siendo los mejores trabajos de los escoceses: Young Team (“Like Herod”) y Rock Action (“2 Rights Make 1 Wrong”); y su llegada se celebró por todo lo alto. Si me preguntan, yo eché de menos “The Sun smells too laud”, me parece un temón de lo último.

Dos horas de concierto en las que mis compañeros de patio de butacas y yo (los de abajo se habían olvidado de tener piernas, volaban), tuvimos que agarrarnos fuerte a los reposabrazos y no nos abrochamos el cinturón porque no había. Aquello temblaba, parecía un avión pasando por una nube de turbulencias eléctricas. Al terminar -era viernes- estábamos agotados, como tras un largo y duro viaje. Decidimos no salir.
www.myspace.com/mogwai