Ya desde que bajamos en Brixton, los reventas (omnipresentes en todo concierto londinense. Nunca se preocupen si se han quedado sin entrada: siempre habrá fácil oportunidad de hacerse con una el día del concierto) y los modernos con lata de cerveza tamaño pinta en mano, nos indicaron el camino hacia la sala. Llamativa e imponente por fuera (pinta de teatro, otra vez), por dentro se mostró amplia (unas 2 mil personas) y empinada (el suelo está en pendiente y esta es pronunciada, la verdad. De hecho hay, como en las gradas futboleras, vallas anti-avalancha). Decoración extraña y amplio escenario, a Mina le recordó a un inmenso portal de Belén…y el ejemplo no era malo.
Y era cierto, los de Ohio son solo dos: Dan Auerbach (barba, guitarra y voz) y Patrick Carney (desgarbado, delgado y batería); eso sí, el volumen que reproducen es equivalente al de un
bombardeo aéreo (perdónenme el símil, estuve ayer en el Imperial War Museum). Con amplificadores y altavoces a todo volumen -a veces eran dolientes- se desarrolló una actuación enmarañada, por complicada, en la que fue difícil reconocer donde acababa una canción y comenzaba otra; al menos para mi; parece que no para el enfervorecido contingente de jóvenes trendies que ocupaban las primeras filas.
www.myspace.com/theblackkeys
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De la deconstrucción lo-fi del blues, el rock, el al-country y hasta el metal, se sirvió un directo que impactó, y mucho, porque uno pocas veces había visto algo tan visceral y sudoroso sobre el escenario. Una puesta en escena que se posicionaría entre la rocosa elegancia de White Stripes y el la desgarradora presencia de ZZ Top (Con barba y todo).
Una actuación que se conformó de extensas canciones -en varias ocasiones superaban los 7 minutos-, donde frenazos, acelerones y solos instrumentales se plegaban al servicio de la versatilidad y variabilidad de registros de Auerbach con la guitarra y la potencia (se cargó como 6 baquetas) y habilidad de Carney a la batería. En definitiva, poco más de hora y media de ejercicios físico-sonoros de alto potencial en la que se aniquiló (a sabiendas) la melodía y la
repetición del pop. Impactante, gozable… pero a veces cargante. Tal vez si hubiera estado My Morning Jacket…
PD_Antes, sólo llegamos a un par de temas del grupo que abrió la velada pero nos gusto mucho lo que vimos. Se llamaba The Liam Finn y se trataba de un rock experimental divertido, loco y pegadizo. El mismo artista tocaba la guitarra (se la grababa con un pedal) y la batería en una misma canción… Habrá que seguirlo: