domingo, 21 de diciembre de 2008

Urusen, una banda de Bath (Por Andrés Verdeguer)

Si ir a Londres tenía algún motivo, además de ver a los amigos, era respirar rock, pop y todo aquello con ellos. Música por aquí y por allí, por todas partes. Más allá de en los bares y enlatada, en directo. Mal fin de semana. Lo bueno o había pasado ya Wof Parade, The Wave Pictures o ya nos pillaba fuera, Billy Bragg.

Había que jugársela. Entre la guía de conciertos que ofrecen los vespertinos gratuitos londinenses, elegir uno. The Volt fue el nombre que nos llamó la atención, por aquello de que empezaba su nombre por el clásico "the". Su lugar de procedencia. Y el nombre de la sala del concierto: The Water Rats Theater. Al llegar a la puerta las noticias eran otras: faltaba media hora para que todo comenzase y que iban a tocar hasta siete bandas.
Decidimos entretenernos en un callejón con una botella de Capitain Morgan para cuatro, y cuando la matamos volvimos a la sala dispuestos a entrar. De The Volt ya no sabría nada más (hasta ahora mismo que me acompañan a través de su myspace). En el momento de entrar, empezaba su concierto otra banda: Urusen, también de Bath y de Londres.

Fue uno de los grandes momentos del viaje. Estos Urusen tiran del folk siguiendo la estela de un grande como Nick Drake y tiene un album precioso titulado One day in june con un diseño similar al Abattoir blues - The Lyre Orpheus de otro Nick, en este caso Cave. El caso es que a través de acústicas, cello, batería, bajo y teclado nos ofrecieron un puñado de buenísimas canciones, de esas que te hacen feliz.

Le dimos las merecidas congratulations al cantante, Peter, le compramos el álbum One day in june y nos lo firmó con un "see you in Valencia", que a ver si es verdad.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Andrew Bird. Sacrilegio consentido… y frío

Recibo un mail en el que mi amigo Nando me dice: “No te lo pierdas, puede ser la ostia”. Y a continuación me suelta un enlace en el que anunciaba que Andrew Bird iba a tocar en la iglesia de St. Giles-In- The Fields en el mismo barrio del Soho (Londres). Y yo que no estoy para gastos extravitales, va y compro dos entradas. Ale. Pero es que mi deuda con Andrew viene de lejos, concretamente cuando, nada más aterrizar en la capital británica intenté asistir a uno de sus conciertos y acabé perdido… Pues bien, la deuda sería saldada y, de paso, saludaría a dios, que también hace mucho que no lo veía…

Era noche de frío polar y bien es sabido que las iglesias del frío tampoco resguardan, pero esperábamos que el calor de un buen directo nos hiciera olvidar las tiritonas. La puerta ya anunciaba malas nuevas y el sagrado recinto exhortaba la prohibición del consumo de bebidas y la existencia de un solo baño para las alrededor de 400 personas que allí nos íbamos a dar cita. Como el templo era protestante, tuve la tentación de protestar, pero me contuve y me porté como un buen feligrés.

La verdad es que la localización era preciosa y, salvo los amplis y los instrumentos que ocupaban el lugar del altar, todo estaba dispuesto para impartir misa; crucifijos, confesionarios, vidrieras, bancos de madera, columnas y techos altísimos y, por supuesto, el frío marmóreo de suelo y cuerpo nos recordarían todo el tiempo que aquello no era una sala de conciertos sino de rezo… Oremos pues.

Antes de Andrew (llegamos a mitad) un trío de pop clásico nos sorprendió por lo precioso de sus melodías. Teclado, batería (escobillas en lugar de baquetas), acústica y bajo, fue la alineación de una banda tímida pero con clase, que liderada por voz femenina -recordó a The Corrs en su timbre- regaló las primeras sonrisas y merecida ovación. Goldfrap o Autour de Lucie, por citar algunos nombres conocidos que se nos vinieron a la mente. Dear Reader se llaman y el nombre lo recuerdo porque tuvieron a bien regalar su compacto; así que os lo copio y seguimos.

Para cuando salió Andrew ya todos estábamos ubicados y expectantes. Bufanda y pelo desaliñado, a su disposición únicamente habían dos micros, un violín, guitarra eléctrica y, en el suelo, algunos pedales. De banda de acompañamiento, ni rastro.

Ya de primeras quiso reivindicar su apellido y a la facilidad y habilidad del silbido fue añadiendo melodías clásicas de violín que el mismo se iba grabando. Son sin duda, su pico y su violín, los instrumentos donde es un maestro, un prodigioso; y con ellos llevó el peso de una actuación que comenzó, torero, descalzándose… Así luego, controlaría el volumen de amplis y pedales con los dedos de los pies; un efectismo con algo de pose, pero que gustó al respetable.

Poco a poco, entre canción y canción, fue quebrando sus timidez para ganarse a un público con aspecto de cultureta que en realidad, ya antes de comenzar, tenía encandilado. Y como era un concierto para seguidores acérrimos de Bird y en un paraje especial, también fue, para bien y para mal, diferente la actuación. Y es que, aunque la guitarra (con la que tiene menos maña) hizo acto de presencia, fue este un concierto que se acercó más al clásico y al jazz que al pop. Incluso fue difícil reconocer una versión de “Pasticities” que el artista tocó por en medio.

Un deleite para los oídos que si tuvo peros (los tuvo), fueron la excesiva mansedumbre para aquellos que como yo tiene más adaptados los sentidos al pop y al rock que a la música de cámara y un bis que, tras hora y diez minutos de actuación y con la iglesia puesta en pie, nunca llegó.